Lunes

Días que saben a sol, a costumbre rutinaria, a desayuno de enmienda y culpa de siesta. A veces sabe a café caliente y una despedida extraña a un suave cobijo del siempre. La luna del domingo se mece tranquila invocando pensamientos, configuraciones poéticas y ensoñaciones que llenan las venas.

Definitivamente no es un día de pasión, o quizá un poco turbulento para crear compasión, de nosotros mismos, varados en una temporada que sólo existe si salimos a respirar al patio. No es de otro modo hasta que se respira después de mayo o junio, los días de agosto se avecinan muy lejanos para empezar ese verano tan soñado.

El latido es constante y a veces suspende la respiración para susurrar un nuevo fuego, algo con furor que está por venir, proyectos que sólo se enmarcan en el cielo, mientras el cansancio flaquea por ahí y se guarda entre panqués horneados en medio del ocio y del tedio.

Aquí se necesita soltar el cuerpo y respirar al unísono del viento, fragmentar la mirada y voltear hacia horizontes verdaderos. Es un tiempo suspendido para cuadrar en la realidad todo aquello que tenemos, con todo lo que nos gustaría para cubrirnos mientras pasamos el tiempo, que se esfuma y nos empuja a vivir cuestiones que creíamos imposibles.

Ver pasar, vivir mientras, susurrar y respirar a la vez el imaginario perfecto para vivir en temporadas del corazón, recuerdos que nos hacen felices porque sucedieron, involucraron a más personas y se volvieron posibles, guardándose en un rincón de la mente donde cada vez que abrimos la puerta está ese brillo que aún nos mantiene de pie, revoloteando en nuestro vientre, por cada ilusión que se despertó en medio del error.

Esto nos permite añorar el té por la tarde, cálido y agradable, un poco amargo, pero justo para abrir los ojos hacia lo verde del llano. Inexistente y si no, al menos poco coherente.

Aunque no lo parezca, las plantas bailan lentamente con los minutos, los pájaros declaman versos al unísono de la respiración de los humanos, vibran y se mueven.

Aquí es la vida.

Aquí, donde alguien te sueña para pensar que todo puede ser tan distinto como ahora o después, o ayer. Reescribir la magia de la figura espontánea, del instante único, la crónica de un momento con el vaho del corazón.

La ausencia siempre se ve acompañada de un poco de intimidad, la soledad que acaricia con una pluma, el alma.

Los recuerdos vuelven como un torbellino de esperanza, se infiltran en las paredes de los pulmones para ser respirados cada vez que los revivimos, están ahí todo el tiempo, se convierten en la entonación no permitida, en la rama más ambigua y ambiciosa de la razón, porque quizá nunca existió o al menos no fue así como lo narramos, fue tan diferente que nos desconocemos en la escena.

Es exquisitamente distinto, brutalmente apático en la coartada perfecta para extinguir cualquier situación inútil de la cúspide del amor, la exposición sólida de lo que a veces llamamos inspiración.

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