Bailes de primavera

La primavera señala con su luz todo aquello que en el frío invernal busca: amor; lo resalta y lo revive, lo pone en medio de los ojos para sentirlo sin poder verlo.

Creo que… de eso se trata.

El polen vuela armoniosamente mientras nosotros añoramos la brisa del ‘puede ser’, la promesa perpetua de lo que está a punto de ocurrir, pero jamás entendemos por qué no es como lo imaginamos, si nos empeñamos en avanzar y trazar nuestra vida por decisiones «coherentes», que creemos correctas.

Pero jamás es así, cerramos los ojos y estiramos las manos para tantear un posible camino a oscuras, no queremos caernos, vamos tocando el piso con las puntas de los pies para tratar de no caer en un agujero, cuando ya estamos en él. Es curioso que son pocas las veces donde levantamos las manos para ver lo que hay arriba de nosotros, imaginamos que siempre habrá cielo, pero desconfiamos si perdemos el suelo.

Estamos tan anclados al piso o a una realidad construida e impuesta que nos hemos olvidado de voltear hacia arriba y suspirar a lo alto, invocando lo que de verdad queremos para nosotros, el ‘latido’ que nos inspira a seguir sin importar qué, ni para qué, ni por qué, solo la ambición de intuir y dejarnos guiar por ese sentimiento que suelta una risita por debajo, que llena los cachetes de amor y la mirada de luz y sabor.

El pecho inundado de ese sentimiento que jamás sabremos describir por inercia.

Los bailes de primavera son sueltos, llenos de esperanza de suspiros y dientes de león que sueñan con renacer en un árbol de frutas, para sentir el color y sabor de ser quien siempre, en alguna vida, quisieron ser, deseados y poseídos, llenos de esa música… aquella que entona el aire y mueve las ramas del pino que no quiere llegar a invierno.

Sigue la danza y nuestro camino se vuelve más turbio, se entrometen otros, se involucran ideas que no queremos cerca, pero no podemos alejarlas de un guiño ni cerrando los ojos, despertamos y siguen ahí, sólo se irán hasta que las aceptemos, sólo hasta entonces podemos bailar con ellas y si no las queremos como acompañantes, no habrá que preocuparnos por el escenario, sólo invitarlas al campo donde soltaremos todas las flores para que vuelvan a nacer, regándolas con el poder que da la aceptación y la brújula del saber.

Son los años los que nos enseñarán a danzar mejor, nos involucrarán en movimientos suaves entre recuerdos, palabras que se vuelven nuestras sólo al momento de pronunciarlas, lanzándolas de nuevo al viento para entrometerse en la ranura perfecta y volver a reír por las bromas que la vida lanza, que vierte en los ríos de miel donde nos queremos bañar hasta el amanecer.

La primavera convoca, los cuerpos invocan y el espíritu rompe en llanto ante la libertad de decidir la melodía que bailará cada noche, con el tocado de flores que alumbrará la Luna Nueva en pleno cortejo con otros planetas.

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